sábado, 27 de noviembre de 2010

Palabras y reproches



Carta de Zenobia Camprubí en la que reprocha a Juan Ramón Jiménez su temperamento melancólico
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Domingo noche, verano de 1913
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Querido amigo Juan Ramón:
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Como me esté un momento más callada estallo, y como no tengo ganas de estallar, aquí va esto, que usted llamará carta, o algo menos chino, pero que yo llamo un rompimiento colosal del dique de mi paciencia y un desbordamiento igualmente colosal de mi ira, indignación, furor, etc. (etcetetorum) (yo me he de reír hasta cuando rabio). ¿Por qué está usted siempre con esa cara de alma en pena? ¡Es usted un egoísta de primera! ¡Caramba! No le da la gana de ver más que lástimas en el mundo. Hasta yo me pongo triste… con que ¡diga usted! Si a usted lo que le pasa es que necesita salirse de la dichosa rutina cariacontecida de su interior. Yo le voy a curar a usted de raíz, pero de raíz. Sálgase de una vez de su cuarto tenebroso (para usted tenebroso, aunque tenga 6 ventanas o un arco voltaico) de la calle Villanueva, y váyase al Escorial, a Moguer y después a la Residencia –pero ¡por Dios enseguida! Y cuando vuelva a Madrid después de haber respirado un poco el aire de campo, yo me encargo de que no le vuelva a dar tristeza. No le voy a dejar parar. ¿Para qué le sirven a usted sus benditos versos? Si fuera verdad que encima de un asno le floreciera el corazón… pase… pero si a usted no le florece el corazón nunca. Si fuera usted un almendro, un peral o siquiera un magnolio… pero si es usted un ciprés, más parado y sombrío que los del Generalife. Déjese de tristezas una temporada y véngase a jugar con todas mis amigas andaluzas y conmigo. Ya sé que se enfada porque le digo que quiero que se enamore de una de mis amigas, lo desdigo. No se enamore usted de ninguna, pero deje que le sacudamos un poco esa tristeza. Sus amigos deben ser todos una serie de lechuzas o no se lo hubieran tolerado a usted. Yo si fuera su hermana… cuando viniera a casa, cogía todos los cojines de la sala y lo estaba bombardeando hasta hacerlo reír.

Anoche no pude terminar mi carta y hoy la concluyo en casa de Josefina. Nos vamos a comprar un par de castañuelas para mandárselas a usted. Acabo también de recibir su carta: “Frater Luna, si en esto estamos desde que lo conocí”. Usted se parece tanto a mi hermano mayor que muchas veces no sé cuál es cuál. Y ¿quién le ha dicho a usted que yo me voy a casar con nadie, pájaro de mal agüero? ¡En eso estoy yo pensando! ¡Y aquí en España! ¡Enseguida! ¿Por qué no será usted una muchacha, Dios santo? No se vaya usted con Ortega y Gasset, váyase con Jaén o con cualquiera que no sea otro sauce como usted. Póngase a escribir seguidillas, vístase de torero y plántese en la calle de las Sierpes a echarle piropos a todas las inglesas feas que desfilen por allí.

¡Alegrémonos de haber nacido! “Frater Sol.”

Juan Ramón reprocha a Zenobia Camprubí - en respuesta a su anterior carta- el bajo nivel intelectual de sus amigas.

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Lunes noche, verano de 1913


Hermana Zenobita:
(Los hermanos no pueden llamarse de usted; yo lo suprimo ya para siempre.)

Llena la frente de estrellas, después de haber estado cerca de ti dos horas, cuando has cerrado el balcón rojo, me he venido hacia casa despacio y triste, triste aunque te parezca mal, ¡reina de la risa! El balcón de tu alcoba, oscuro y hondo, seguía abierto... ¡Con qué pobres dichas se contenta a veces el corazón, el corazón que subió tanto!... Muy alegre estabas hoy cuando me escribiste tu carta. Te lo agradecí con toda mi alma, pero cuando la terminé me eché a llorar. No es una carta tierna ni dulce. De haberlo sido, me habría puesto más alegre. No, Zenobita, no es que yo sea fúnebre siempre. ¿Me quieres decir qué tiene uno en el corazón de vuelta de esas frivolidades a que, tan muerta de risa, me invitas? Por ejemplo: Esta carta en verso de Josefina, ¿qué compensación puede tener? ¡Hay tantas cosas que están por hacer, que nadie hace, mientras tanto! Tú, la bien dotada, ¿qué vas a hacer de tu vida? ¿Qué sacas en limpio de esas charlas con esas amigas "tan simpáticas" que no han podido comprender al Greco? No soy un maestro de escuela, pero tú sabes bien que el espíritu es una realidad, que existe, que puede ser mucho y que está esperando serlo. Recuerda las palabras de Leonardo da Vinci: "Como un día bien empleado da alegría al dormir, una vida bien usada da alegría al morir". Tú eres mucho y tienes la obligación de serlo. ¿Qué satisfacción puedes hallar hablando con personas cuyo espíritu anda tan lejos del tuyo? Quieres también, y bien sabe Dios cómo te agradezco tu deseo, que yo haga lo mismo. ¿No te da pena hacerlo tú y pensar que yo lo haga? Buen sermón -dirás-, y para nada. ¡Ay!, la verdadera alegría está más adentro, Zenobita, y dura más. No se acaba, ni se cansa con el cuerpo. Esta es la que yo quiero, ¡la que no se acaba nunca! Es inútil que nos olvidemos de esa gracia interior por la que podemos crear el infinito. El castigo está en el mismo olvido. Sólo hay un retorno alegre: el del trabajo espiritual. No quiero decir que tú no goces con la venta o con el hallazgo de un capitel o de un canecillo, pero seguramente estarías más alegre cuando el portugués del hospital te miraba y te hablaba de gloria, cuando te escribía el niño de la Rábida, cuando Catalina te decía que tu retrato le había saltado las lágrimas. Y si llevaras a esas amigas tuyas a un estado superior, todo estaría bien; pero estar con ellas -¡o con ellos!- por "pasar el rato", amoldando un alma como la que tienes a las suyas, es sencillamente una bajeza. ¡Perdóname! ¡Te quiero tanto que querría que tu luz lo inflamara todo y que a ti nada te obscureciese! "Póngase a escribir seguidillas, vístase de torero y plántese en la calle de las Sierpes a echarles piropos a todas las inglesas feas que desfilen por allí." "Alegrémonos de haber nacido!" Aun cuando todo esto sea una broma, aunque lo hayas escrito con la mejor de las intenciones, Zenobita, en serio te digo: ¿no te ha dolido nada al escribirlo? ¿Cómo puedes olvidarte así de ti misma? ¿O crees que eso puede ponerme más contento? De todos modos, no me dejes sin ti misma. Te necesito como seas, como quieras ser, y yo seré lo que tú quieras, sólo porque seas feliz. Si ahora mismo me dijeran que con mi muerte se conseguiría tu felicidad, la muerte me parecería tan dulce como tú misma. Y, antes de concluir: puesto que hemos convenido en ser hermanos, no te alejes así de mí. Te prometo no decirte nada más que cosas fraternales. Pero ¿por qué, si verte es mi alegría, no he de verte? ¿Por qué dejar pasar con los días este encanto ¡que no vuelve! de las palabras buenas, de las miradas cariñosas, de las sonrisas deleitables? Ve a la Residencia, que nada haré que esté mal. ¡Y escribe a este hermano tuyo que solo desea tu verdadera dicha!

...................................................................................................J. R.

(99 CARTAS DE AMOR, Random House Mondadori, Barcelona, 2007, págs. 227-23)


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