lunes, 6 de agosto de 2012

Noche



Cada noche invocabamos juntas
a los santos que debían guardar mis sueños.
Tú apretabas los dientes,
aguantabas la respiración,
hasta que mis párpados caían vencidos
más por miedo que por cansancio.
En la primera campanada del culto nocturno
 ya tenía los ojos abiertos,
y miles de polillas rodeaban mi cama.
 Soñaba despierta, madre, aprendí a correr.
Pero cada mañana regresaba,
dejaba que me pusieras en pie,
fingía un cansancio desconocido.
Nunca confié en tus dioses
porque nunca te concedieron
aquello que tanto deseabas,
que yo durmiera.

No hay comentarios:

Publicar un comentario